En la actualidad el ciudadano común británico no tiene interés en las Islas Malvinas, las ven muy distantes como si se tratara de un trofeo más en la cargada historia de las guerras sajonas que les dejaron las hoy "responsabilidades de ultramar", sin embargo y por contrapartida, probablemente la mayoría de los argentinos aún padece de malvinitis, esa obsesión profunda con las Islas Malvinas.
Durante esta semana, en una de mis clases, decidí compartir con mis estudiantes británicos de la Universidad de Oxford las últimas noticias provenientes del Atlántico Sur. Como parte del experimento les pedí que discutan en grupos y, si es posible, encuentren una solución al conflicto entre la Argentina y el Reino Unido. Para mi sorpresa, y tras un acalorado debate, todos se mostraron dispuestos a negociar la soberanía de las islas, salvo algunos estudiantes extremistas que propusieron devolver, y sin chistar, el archipiélago a los argentinos mientras que otro grupo afirmaba que sobre la soberanía no se debía negociar, y que los argentinos tienen tanto derecho a reclamar las Falklands como los romanos tienen derecho a reclamar Inglaterra.
De forma clara, por lo menos en lo que a mi experimento se refiere, la mayoría estuvo a favor de la negociación y el diálogo. Decían que no es saludable tener un reclamo y que la posición británica es un anacronismo que debía ser solucionado.
Apartemos un poco a mis alumnos y permítanme relatarles mi experiencia personal. En mis largas horas de vuelo y conversaciones con los soldados británicos viajando desde Mount Pleasant hasta la Isla Ascensión y desde allí al aeropuerto militar de Brize Norton en Oxfordshire, pude comprender una situación surrealista. Estos militares después de haber prestado servicio en las islas, sin tapujos sostienen que a ellos les parece ridículo tener que servir en ese inhóspito lugar para defender a las Malvinas frente a un inviable ataque argentino. Más aún, teniendo en cuenta que muchos de ellos vienen de servir por varios meses a la Corona en Chipre, bajo el mandato de la ONU. Allí juegan al fútbol y se divierten con sus compañeros argentinos que son también parte de las Fuerza de las Naciones Unidas para el Mantenimiento de la Paz, mientras que luego tienen que ir a las Malvinas para defenderlas de la posible ira de sus colegas en Chipre. Todo esto les resulta ilógico y absurdo.
Los verdaderos malvineneses, que son unos pocos, sufren un conflicto con lo que realmente piensan y lo que dicen públicamente.
Los políticos británicos en especial en épocas de elecciones actúan como tales y no se les ocurre decir o hacer algo que pueda hacerles perder votos.
Mientras Argentina cambia con cada gobierno de turno su política malvinense, desde una actitud de acercamiento y diálogo durante los 90 a una posición actual de prepotencia, los malvinenses con el guiño de Londres no paran de desarrollarse a pasos agigantados. El progreso de las islas es tal que ya se convirtieron en una economía fuerte, autosuficiente, con uno de los ingresos per capita mas altos del mundo. Está muy claro que los malvinenses no necesitan de los argentinos menos aun si llegasen a descubrir petróleo en cantidades explotables.
La altivez sólo sirve para alimentar la malvinitis argentina en su interminable retórica sin producir frutos concretos. Una soberbia que no se va a traducir en una transferencia de soberanía, ya que ningún gobierno británico va a responder a tal tipo de presión. La experiencia pasada demuestra que, justamente pretender que la totalidad de las relaciones entre Gran Bretaña y la Argentina giren en torno a discusiones sobre la soberanía ocasiona mucho más daño a la Argentina que al Reino Unido, sin ni siquiera hacer progresar este reclamo argentino.
Creo que muchos ciudadanos británicos estarían más satisfechos de comprobar una buena relación con Argentina y entre las Malvinas y Argentina. A partir de esa cooperación sí que podrían surgir distintas alternativas para solucionar definitivamente este conflicto. Pero las denuncias y acciones con línea nacionalista son contraproducentes. La Argentina tenía posibilidades de recuperar el archipiélago y con la guerra las arruinó, por lo tanto nada positivo va a resultar de un accionar fatuo, exceptuando hacer más difícil la relación entre estos países que podrían colaborar más de lo que lo hacen en la actualidad.
En mis cinco visitas a las Islas pude percibir que el tiempo se le esta escapando a la Argentina.
Los isleños no sólo quizás tengan petróleo sino que siguen creciendo con su turismo y con la pesca también. Resulta evidente que ellos no confían en Argentina, la historia reciente así lo confirma. Los isleños tampoco se fían mucho de Londres quien se harta de repetir que está dispuesta a respetar la voluntad de los isleños. Por supuesto que nadie puede estar seguro.
Durante la última década existió, prácticamente, un vacío diplomático imperante en las relaciones argentino-británicas, donde no existió ni un diálogo ni una acción que pueda quebrar la pública impasibilidad malvinense.
Los argentinos al padecer de una malvinitis aguda que los hace reclamar "todo" terminarán descubriendo que acabaron logrando "nada", situación que fortalecerá al Statu Quo y a los intereses británicos e isleños.
Para solucionar este conflicto Argentina debe comenzar un sincero debate en el Congreso Nacional y dentro de la sociedad argentina. Debe contar con la sólida solidaridad del continente americano, especialmente de los países del sur para que estos compartan los objetivos argentinos. Buenos Aires, con el apoyo de Latinoamérica, podría tener la habilidad de apresurar y frustrar los esfuerzos británicos de búsqueda de gas y petróleo en la cuenca malvinense. Esto significa que las perspectivas para las compañías británicas dedicadas a la exploración petrolera no son prometedoras. Si grandes reservas son encontradas y América Latina se mantiene unida, las empresas probablemente no arriesgarán sus negocios en Sudamérica y deberán optar por las Islas o por el Continente.
La política exterior respecto a las Malvinas es una cuestión perentoria para los argentinos, un conflicto que debe enfrentarse con sensatez, inteligencia y sin apasionamientos. Debe ser una Política de Estado y por ello debe desistir de ser el patrimonio excepcional del gobierno de turno.
Argentina necesita debatir y actuar con mucha imaginación como la que demostraron mis estudiantes oxfordianos, que sin miedo de perder rédito político, se animaron a presentar soluciones a este conflicto. Las soluciones que más apoyo tuvieron fueron las que proponían un arrendamiento tipo Hong Kong, que sin consultarle a los hongkoneses, concedió la soberanía a largo plazo pero le permitió al Reino Unido administrar el territorio. También surgieron otras alternativas que podrían salvar el pellejo argentino y reivindicar las vidas perdidas durante y después de la guerra.
Tras haber sometido las diferentes soluciones a una votación democrática de mis estudiantes triunfó, por un estrecho margen, la propuesta de crear el "Protectorado Argentino-Británico de las Islas Falklands/Malvinas Autónomas", un territorio autónomo, un sólo pueblo con dos pasaportes y tres banderas. La argentina, la isleña y la británica. Los isleños dueños únicos de su propio destino, pero contando con la protección argentino-británica en lo que refiere a su soberanía. Estos estudiantes británicos creyeron que con voluntad e imaginación es posible encontrar una solución que cure la malvinitis argentina, satisfaga a Londres y les dé el derecho de autodeterminación que los isleños reclaman. El tiempo, tal vez el petróleo, los peces, los turistas, los minerales y el patoterismo juegan en contra.
Lic. Esteban Cichello Hubner
Relaciones Internacionales y
Ciencias Politicas
Universidad de Oxford
(fuente: http://blogsdelagente.com/estebancichellohubner/2010/04/05/las-malvinas/)
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